Un escritorio llenos de lágrimas, donde caen más de mil suspiro sin contener una imagen en vivo. Cosas que dejan sin capacidad reactiva, y arrepentimientos que un mundo creado por fantasías rojas pueda olvidar. Nostalgia invadida por la miseria de un lugar donde se ha quitado un engranaje para que las manillas del reloj siga contando nuestra historia. Lo hecho está, lo concreto aún no llega. Poco se, piden guantes mis manos y una manta para abrigar.
¿Arrepentimiento? Cabe que sí. Un niño sigue esperando en medio de su cumpleaños por aquella torta, cuando su padre no tiene para pagar el lugar donde vivir, escondido en el mensaje oculto de esto. Entender difícil, fácil deducir. Realiza ese viaje una y otra vez, y ve a lo lejos las huellas de los zapatos que pisaron, casi invisibles. Los árboles hablan, el viento sopla y la sequia del mundo sigue sin un final claro. El mismo recorrido de todos los días. Suena nuestras mentes algo irreal, que se soluciona con un poco de pintura barata, pronto decidido a volver a pintar con la de calidad. Aquel niño que llora, el mismo de la torta, ahora desesperado por el consuelo de encontrar a su padre, llora y no para de llorar. Aquel niño, principito de los ángeles del Poderoso, capas de ver con el cielo azul y de sentir la brisa con hojas café de otoño, que funcionan como las de verano.
Aquel niño sigue perdido, acorrucado en los recuerdos del cielo y las hojas, esperando volver al horizonte, para el reencuentro del consuelo, ausente de su padre perdido, perdido gracias a él.
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