El por qué de los por qué
Aún la noche es fría, llena de suspiros no combustionados de
deseos inconclusos. Miro de reojo mi cama, al abrirlos, me veo caminar por la
calle de los pensares más abstractos, donde dos saltos con forma de cuerpo
ponen mi cabeza en la realidad. Siddhartha quedaría pequeño al lado de la
primera figura, el deseo más parece una melancolía del complemento en el
desarrollo de algún equipo que de la propia figura del amor puro que Fromm
alguna vez quiso ideal. La segunda, quizás consecuencia del primero, mas es
consecuencia de nosotros mismos. ¿Quién pensaría que vosotros otra vez preocupara
más una figura de igual duoplía de X? El pseudo-siddartha sigue su camino de
fiel espíritu, con la necesidad de verlo, pero jamás hablar. La duoplía de X,
cala más hondo en la mediad que aquel personaje se aleja, y en consecuencia,
Fromm susurra al oído con su separatidad, alude a las consecuencias necesarias,
a qué deseamos, y la respuesta es tan simple de pensarla, pero tan difícil de
actuarla. He pecado en actuar, he pecado en decir la verdad en el momento
oportuno, he pecado en que lo implícito ha llevado a que ambos caigan en un
juego, en donde el lugar con más piel gana, por sobre el lugar con más interés
afectivo-efectivo. Corro, miro mi cuero, el laberinto siempre son dos caminos,
la izquierda manda, quién sabe por qué. Vuelvo a mirar aquel monstruo verde que
cree dormir, pero temporalmente muerto está. Vuelve, despierto, su realidad a
muerto, ha muerto Dios, ha muerto todo, los árboles cambiaron de hojas, los
lápices se secaron de tanto esperar la respuesta, todo acabó en un visto, todo,
hasta la vida en que él era. Él ha muerto para jamás volver. Él ha muerto y
nada más queda por hacer. Él ha muerto, ambos tres lamentan el quehacer.
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