Me imagino en esta áspera atmósfera desértica un hombre que
viene y me pregunta si quiero agua, un espejismo banal, pero que sirve para
alentar. Un tipo de menuda estatura, me pregunta al frente de mi casa de sector
mediterráneo qué sucede realmente con el agua y mi respuesta inoportuna y
afortunada yace desde un ''en tu cabeza''. ¿Por qué el mundo gira entorno a los
otros y no de nosotros a los otros? Explicación, pizarrón, destrucción, la
manía del hombre darwiniano de sobrevivir a costa de qué ¿Fama, alegría? nada,
de obtener lo banal y no arriesgar aquello que se debía. La espada nos habla de
la nobleza, pero no es más que un componente relativo entre Dios y el Diablo, y
la pared, un apoyo pero que sigue siendo relativo entre Dios y el Diablo
¿entonces qué? Dormir no es la solución, beber lo problemas pero no ahogarlos,
el tiempo corre y nos corroe más que cualquier vida media de oxígeno y
hemoglobina. Si el amor estuviera prohibido entre los seres, independiente de
la condición sexual ¿por qué se busca pintar la pared ajena y afilar aquel
cuchillo que no poseen? Lloro desde la ventana al balcón, miro hacia bajo, un
escape digno de un final feliz, atrás, un rompecabezas. Por más que el sujeto
se esmera por armar el Pluto-rompecabezas, aquellos que se podían armar de mil
formas, todo encaja en una sola línea. Quien lo acompaña, gira el cuadro a
armar, él lo rompe, reaparece, el caos principio del orden, vuelve, reaparece,
no es lo mismo, pero el contenido no varía ni con cada experiencia. El mismo
rompecabezas entregas pistas cruciales al acertijo del cadáver hallado por los mismos
seres mortales, aquellas aves inertes en pequeños cuerpos de humanos
pecaminosos. Si tanto saben el secreto de aquella vida eterna que anhelan
atesorar en el más recóndito lugar, sin que sea de nadie más, sin compartir,
arriesgar al paso de complementar las ganancias de aquellas que hablaba Marx,
sin duda conquistarían un mundo, mejor aún que el del Principito. Hostigosos
zares, payasos dignos de la estática de la seriedad mortal, Propietarios
inertes, que protegen más su ego por sobre un pétalo que lucha por ser flor,
pero que la experiencia no han dado más que creer estancar, cuando puede volar,
crecer, reír, llorar, hacer todas esas cosas que los pétalos hacen cuando se convierten
en flor y luego en personas no humanas, porque si de humanos hablamos,
hablaríamos de destrucción. Persona como significado intrínseco de gusto y
plenitud, no desde el punto perfeccionista. Sigo imaginando aquel desierto,
aquella agua que tanto anhelaba José, y que aún espero en acción del verbo y
los pensamientos.